Aquel verano fue especial. No disfrutó del automóvil de su padre y no subió al campanario a llamar a los feligreses, pero fueron unas vacaciones inolvidables. Sus primos lo habían invitado a su finca para ayudarles en las labores del campo. Había estado allí en otras ocasiones, pero nunca durante 15 días como ahora. Se levantaba al amanecer y ayudaba a sus primos: Aprendió a ordeñar cabras, a segar el trigo, a trillar en la era y a hacer pacas de paja. Sudó, sintió la sed y el picor producido al mezclarse sudor y polvillo de la trilla, pero también la satisfacción y el placer del baño en las lagunas que en verano dejaba el río cuando disminuía su caudal interrumpía su cauce. Después leía hasta que se ponía el sol y el negro discurrir de la noche se aliviaba con la luz de un candil de aceite.
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