EVOCACIÓN
PICTÓRICA DE LA MEDICINA RURAL
Diapo 1
(SALUDO a autoridades y compañeros presentes, demás asistentes, tanto en persona como en línea )
Es para
mí un honor que se haya aceptado mi ingreso como Miembro Numerario de esta centenaria
Asociación en la que nos podemos encontrar los médicos que además de nuestra
profesión, tenemos una vía de escape para poder expresar nuestras emociones y
sentimientos, tan numerosos y profundos y ponerlos en común contrastándolos con
otros miembros de nuestro gremio.
Diapo 2
Tal vez
–no lo sé- el tema que aporto como discurso de ingreso sea algo poco conocido.
Tengo la obligación de hacerlo no solo por haber nacido en ADAMUZ, un hermoso pueblo
de la serranía cordobesa, sino porque además y voluntariamente decidí ser Médico
Rural toda mi vida, a pesar de haber tenido numerosas oportunidades para
haberme ido a una capital de provincia. Soy Médico Rural y me siento orgulloso
de serlo. Decidí quedarme en un pueblo porque pensé que allí podría ser más
útil a mis

semejantes. Y así creo que ha sido. Es tan satisfactorio el
ejercicio de nuestra profesión en el medio rural y tan poco conocido, que hago proselitismo cada vez que puedo, con el
objetivo de convencer a nuestros compañeros Médicos de Familia más jóvenes para
que se vengan a los pueblos; no solo porque con el déficit generalizado de
médicos que sufrimos en España, los núcleos rurales se están quedando sin
nuestra atención y también porque a pesar de algunos inconvenientes, que son
salvables, su discurrir en el pueblo les dará calidad de vida y les despertarán
sentimientos y experiencias desconocidas totalmente por los urbanitas.
Diapo 3
Con
este objetivo, esta tarde quiero hacer una semblanza de mi ejercicio
profesional trayendo a la memoria algunas escenas y situaciones que he vivido
trabajando como médico de pueblo, relacionándolas con el arte. Para ello he
aprovechado
la visita a la exposición “Arte y Medicina” que se organizó en 2016, por el
Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba en el Palacio de la Diputación
Provincial, con el patrocinio del Colegio Oficial de Médicos de nuestra provincia,
del que era yo entonces su Presidente. He podido engarzar muchos momentos de mi
vida en el pueblo con cuadros de pintores conocidos, que estaban en aquella muestra
antes citada, unos con situaciones reales que he experimentado y otros
aparentemente sin relación, pero que la visión del cuadro me ha sugerido alguna
anécdota vivida.
Diapo 4
He de decir que mi deseo de estudiante era el poder
dedicarme a la investigación una vez terminada la licenciatura. Por ello, el
cuadro de Joaquín Sorolla titulado “Retrato de
Ramón y Cajal” removió en mi interior, al observarlo, esos deseos de
investigación que se vieron frustrados por la inmediata necesitad de tener un
sueldo al terminar la carrera. Lo más rápido para conseguir este objetivo era
escoger una plaza de medicina general
en un pueblo. Aunque se puede pensar que
investigación y Medicina Rural no se acompañan, no es así. En el pueblo he tenido
muchas oportunidades para aplicar la investigación no solo a la clínica sino a
variadas actividades de promoción de la salud, epidemiología, sociología,
educación sanitaria, salud pública, etc. y publicarlas posteriormente y por
supuesto que las he aprovechado.
Diapo 5
Mi enamoramiento de la
Medicina Rural ha ido creciendo día a día desde el primer momento. Estábamos mi esposa y yo cenando
en la casa del alcalde, que nos había invitado aquella primera noche de
estancia mía como médico en Monturque –hermoso pueblo de la Subbética cordobesa-. Se presentó en esos momentos el
farmacéutico viejo –que también era consuegro del primer edil- para solicitarme
que acudiera a su casa a ver a su nieta recién nacida precozmente, a quien le
habían dado el alta en el hospital aquella tarde y estaba aquejada de una
dolencia digestiva. Cuando observaba el cuadro
“El
alquimista” de David Terriers “el joven”, he recordado a aquel anciano
boticario enseñándome, al día siguiente, su antiguo laboratorio donde había
preparado tantas fórmulas, pastillas, jarabes y pomadas, a la par que, muy
contento, me hablaba de la mejoría que había observado la salud de su nieta,
que hoy día es Directora del Conservatorio de Música de Antequera.
Diapo 6
Ese mismo segundo día visité
en su domicilio al que, pocos días después, sería mi primer fallecido. Llegué a
aquella antigua casona en la que a su entrada se agolpaban los vecinos y
alrededor de la cama, los familiares, tristes, en silencio, con rostro serio y
algunos ojos llorosos, llenos de amor, daban calor humano y cariño al
moribundo.
Eduardo
Rosales Gallinas,
pintó un cuadro titulado “Doña Isabel La Católica dictando su testamento”
en el que, salvando las distancias de clase, también se aprecia ese sentimiento
apesadumbrado y pesimista de quienes rodean más íntimamente a la agonizante.
Así mismo el lienzo “Últimos
momentos de Cervantes” de Manzano y Mejorado, me trajo a la memoria
aquellas visitas a la cabecera de los pacientes, que han sido cotidianas en mi
vida.
Diapo 7
Días después, como he dicho,
falleció ese buen hombre y descansó en la paz del Señor, ya que llevaba años
sufriendo de un mal de orina, como él lo llamaba. Se fue al otro mundo después
de haber recibido los “Últimos sacramentos” como
lo hace un albañil que ha caído de un tejado, en el cuadro dibujado por Rafael Romero de Torres. La extremaunción a mi
paciente le fue dispensada por un nuevo
cura
que por aquellas fechas había coincidido conmigo en su llegada al pueblo.
Las visitas diarias a este enfermo nos unieron en amistad y confianza duraderas.
En aquel primer entierro de un paciente, acompañé no solo al difunto y a sus familiares;
también el joven sacerdote sintió y agradeció mi presencia y mi apoyo en aquel
trance en sus primeros días como pastor de almas.
Diapo 8
En el medio
rural, los lugares donde hay que atender pacientes no son siempre en nuestra
consulta o en la casa del enfermo. En muchas ocasiones he tenido que acudir al
campo o a la carretera y también a domicilios que se encontraban en condiciones
infrahumanas. Recuerdo, como muy desagradable y nauseabunda esta aventura que
me ocurrió un día gris, tormentoso y húmedo, en el que incluso tuvimos que ser
rescatados por una grúa que sacó nuestro coche del barrizal que rodeaba las
caballerizas o cuadras de una finca, en las que el dueño de la misma había
habilitado unas estancias para cobijar allí a una pareja de familiares
suyos, indigentes, que no tenían donde ir. Eran tan sucias y
desaseadas estas personas que convivían con los animales de tal manera que me
impresionó la escena que me encontré aquel día al entrar en la oscura habitación
donde se hallaba la enferma. Semisentada apoyando su espalda en la pared, que
hacía de cabecero de la cama, rodeada de gatos encima del lecho, con un olor que
repelía, una suciedad absoluta, el suelo pegajoso y teniendo como sonido de
fondo la conversación que ella mantenía con los gatos, avancé en penumbra hacia
la paciente.

Fue al llegar a la cabecera cuando
me di cuenta de que una gata, de los muchos que había encima de la cama, había
parido y tenía sus crías mamando plácidamente colgadas de sus pezones. No pueden
ustedes hacerse una remota idea de cómo se desarrolló aquel acto médico
domiciliario.
Diapo 9
Esta felina experiencia me
vino a la memoria contemplando la pintura de Eduardo
Cano de la Peña, titulada “Miguel de Mañara asistiendo a un enfermo”. Yo
atendía a una paciente en una cuadra “habilitada” como vivienda, rodeado de mininos
y D. Miguel, en el cuadro, lo hace en solitario a la entrada de una cueva. Diapo 10
Así mismo, los médicos de pueblo, en ocasiones,
tenemos que desplazarnos a campo abierto para atender a alguna persona a quien
se han encontrado caída en el suelo,
bien herida, bien sin conocimiento o con la conciencia obnubilada por diversos
motivos y
también, lamentablemente en otros, a levantar el cadáver de alguien
que ha fallecido en extrañas circunstancias. En los pueblos estos avisos urgentes
se dan con cierta frecuencia. He rememorado las veces que he tenido que acudir
a un olivar o a una viña o a cualquier otro lugar de trabajo para atender
un accidente laboral, observando el cuadro de
de Francisco de Goya y Lucientes titulado
“El albañil
herido”. En la zona rural la mayoría de las personas laboran la tierra y
a veces en condiciones extremas y para ello, he querido traer otro cuadro de
aquella exposición que lo muestra. Se trata de la obra de
Joaquín Sorolla y Bastida “Aún dicen que el pescado es
caro”, en el que se denuncia con realismo la dureza de muchos trabajos,
en este caso el de pescador.
Diapo 11
Nuestro trabajo también
tiene muchas horas felices y anécdotas que nos arrancan una sonrisa y en
ocasiones carcajadas que tenemos que reprimir. Recuerdo una en la que acudió a
la consulta una joven aquejada de amenorrea, náuseas y asco al ver u oler la
comida, desde hacía más de una semana. Hasta entonces, desde su menarquía, sus
reglas habían sido muy puntuales. Con mucha discreción y sin querer entrar en pormenores
de su actividad sexual o su estado de
compromiso
sentimental, le insinué que mientras no se demostrase lo contrario, los
síntomas que me describía la delataban como que estaba embarazada.
A esta
aseveración mía respondió la chica, poniéndome cara de
“Mona
Lisa” (de Leonardo da Vinci), que “servidora no ha hecho nada”. Como era
de esperar, a los pocos meses una hermosa niña aumentaba el censo del pueblo y
se sumaba una cartilla más a mi cupo de pacientes.
Diapo 12
“La circuncisión” del Maestro de Sista, me hace
sonreír porque recuerdo algunos momentos alusivos a esta pequeña intervención
quirúrgica tanto en niños como en adultos. Últimamente la he recordado con
alguien muy próximo a mí. En una revisión rutinaria a mi nieto más pequeño, en la consulta de niño
sano, al decirle el pediatra que le mostrara su “pitillo” para ver si tenía
fimosis, él muy serio y mirándose a esa zona, a la par que se la tapaba con sus
dos manitas, movía
la cabeza de un lado a otro, negándose a hacer lo que el
galeno le solicitaba, mostrando una sonrisa previa al llanto. Eso mismo me lo
han hecho muchos pequeños a lo largo de mis años de ejercicio, en los que en
numerosas ocasiones y temporadas, también he tenido que atender niños; algo muy
habitual en el medio rural por la ausencia de pediatra.
Diapo 13
El cuadro de Luis Jiménez
Aranda, titulado “Una sala de hospital durante la visita del médico en jefe”
hizo que recordase momentos de mi ejercicio profesional y también de mis
tiempos de alumno interno de la Cátedra de Patología Médica, los días en que,
tal y como se ve en la pintura, acompañábamos al catedrático a pasar sala, en
el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, construido antes del Descubrimiento
de América y que ha sobrevivido hasta nuestros días, si bien ahora tiene una
utilidad política al ser sede del Parlamento Andaluz. Precisamente el actual
Presidente del mismo es un médico de familia rural que me acompañó durante dos
décadas en Fuente Palmera, pueblo donde
aún continúo ejerciendo y que también fue Presidente de este Ilustre Colegio de
Médicos.

Pero este cuadro, también me hizo rememorar la antigua
costumbre que existía en los pueblos de llamar a consultas a otros médicos de
la comarca o de la capital cuando el diagnóstico no estaba claro o el
pronóstico no gustaba a los familiares. Eran estos quienes, con el
consentimiento del médico de cabecera, se encargaban de llamar a un reconocido especialista
para que, en compañía del médico del pueblo, vieran al enfermo y de común
acuerdo instauraran un tratamiento o comunicaran un cambio en el pronóstico de
la enfermedad que aquejaba a su familiar.
Diapo 14
Aún hay personas que se cuestionan la peligrosidad de
nuestra profesión. ¿Tan peligrosa es? –se preguntan los más escépticos. Y tanto
que lo es, ya no solo por las agresiones que te pueden inferir personas
descontentas o disconformes con el sistema sanitario y la pagan a palos con el
primero que se encuentran, sino que también hay otras situaciones en las que
peligra incluso tu vida y que recordé apreciando el cuadro “El padre Jofré protegiendo a un loco” de José Sorolla y
Bastida.

Visitábamos en una aldea, a
domicilio y en equipo, psiquiatra, enfermera y
yo, como médico de la familia, a una mujer esquizofrénica que estaba muy
agitada y era preciso ingresarla, para lo que previamente había que tranquilizarla
mediante la inyección de un sedante que llevaba preparada la enfermera. La
paciente se negó violentamente, deshaciéndose de los familiares que intentaban
convencerla para que se dejara pinchar. Tras repetidos intentos y ante su insistente
negativa, como yo era su médico y tenía más confianza con ella, dije a los
demás que me dejaran intentarlo a solas. Me dirigí a la cocina, adonde se había refugiado tras las discusiones
anteriores y la encontré de espaldas, delante del fregadero con algo entre las
manos que yo no alcanzaba a ver. Me acerqué a ella hablándole suave y
tranquilamente cuando de repente se volvió hacía mí a la par que colocaba en mi
cuello un largo y puntiagudo cuchillo de cocina. Me quedé inmóvil, sin palabras,
mientras sentía la presión de la punta del arma en mi yugular.
–Don Bernabé –me dijo- no quiero hacerle daño, pero déjeme
usted tranquila si no quiere que le corte el “pescuezo”.
Entendí el mensaje, me retiré con cuidado sin darle la
espalda y salimos de la casa.
Diapo 15
Al día
siguiente, tuvo que ser reducida por la Guardia Civil con una orden judicial
para ser trasladada a la Unidad de Agudos del
Hospital Provincial. Precisamente, con la Benemérita los médicos rurales
tenemos una especial connivencia y son muchos los episodios vividos en
colaboración mutua. Tantos, que incluso llegan a darte el título de “Guardia
Civil Adoptivo”.
Diapo 16
Había otras situaciones
en nuestro trabajo que no conllevaban peligro alguno que no fuese el contagio
por alguna enfermedad que hubiera padecido en vida
el cuerpo inerte que reposaba en la fría losa
de mármol donde teníamos que hacer las autopsias a aquellos vecinos que,
voluntaria o involuntariamente, habían tenido en su vida un final traumático. Tres
cuadros de aquella exposición me traían esos recuerdos: Uno era el retrato que
la presidía, pintado por
Julio Romero de Torres,
titulado “Dr. D. León Torrellas Gallego” y que se puede ver
permanentemente en Córdoba en el museo del pintor. En el mismo, se puede
contemplar al insigne Profesor delante de un
cadáver. El Dr. Torrellas fue el primer
Presidente del Colegio de Médicos de Córdoba y yo, en el momento de la
exposición coincidía que era el último Presidente. El otro
cuadro
titulado “Anatomía del corazón (y tenía corazón)” de Enrique Simonet
Lombardo, me retrotraía al momento en el que sacábamos el corazón de la
caja torácica del fallecido durante la realización de las autopsias. La pintura
rotulada como “Laparotomía” del pintor costumbrista Vicente Castell Domenech, salvando distancias y no sé
por qué razón, me lleva a recordar también aquellas necropsias que como Médicos
Titulares nos
correspondía
hacer o ayudar a realizarlas al médico forense, con el inestimable apoyo del
enterrador, que contrastaba con la presencia en el cuadro, de tantos ayudantes,
incluso con la presencia de una religiosa.
Diapo 17
La visión del “Martirio de San Lorenzo” de Valentín de Boulogne, sin
tener relación alguna con aquellas experiencias, sin embargo, me evocó la
impresión que me he llevado al menos en dos ocasiones. La primera fue a los
pocos meses de estar ejerciendo en mi primer pueblo y la última pocos días
antes de jubilarme.
En
ambas se repetía la angustiada llamada de auxilio de vecinos para que
urgentemente acudiera a casa de un señor que estaba muy grave y cuando
llegué a
sendos domicilios me los encontré a ambos, de similar guisa: extendidos en el
suelo, en decúbito supino, fláccidos y sin consciencia ni signos de vida.
Aquellos cuerpos extremadamente obesos, inmóviles, casi desnudos, no respondían
a ningún estímulo y no conseguí recuperarlos ni con adrenalina ni masaje
cardíaco. Demasiados factores de riesgo durante demasiado tiempo, desembocaron
en aquellos cuadros.
Diapo 18
Había compañeros
en los pueblos, que además de todas las tareas que teníamos encomendadas los
Médicos Titulares desde los remotos tiempos de Alfonso X “El Sabio”, se
dedicaban a realizar la función de otros profesionales que no existían en el municipio.
El caso al que me quiero referir es el de los compañeros que hacían de
dentistas.
El
cuadro
de Theodor Rombonts, titulado “El charlatán sacamuelas”
me facilitaba el recuerdo de aquellos colegas que conocí en pueblos
cercanos al mío, que aliviaban el dolor de los aldeanos que acudían a ellos a cualquier hora del día o de la noche, cuando las caries de aquellas maltrechas
bocas, les provocaban un malestar insoportable. La extracción era siempre la
solución al sufrimiento, seguido del agradecimiento del paciente.
Diapo 19
Vinculando
dientes con comida y comedor, había un cuadro en aquella exposición que me hizo
recordar una anécdota graciosa llena de candidez y humildad. Se trata de la
pintura “San Hugo en el refectorio de los Cartujos” de
Francisco de Zurbarán. En algunas ocasiones, las visitas domiciliarias a
los pacientes tenían una compensación nutricional “in situ”. Al mediodía, en
verano y en Andalucía el que te ofrezcan una cerveza y una tapa, después de visitar
a un enfermo, es algo muy de agradecer. En una ocasión, después de terminar de atender
a una enferma en su domicilio fui descubierto por un vecino de la misma,
tomándome un refresco en el comedor de aquella casa. Al salir de la vivienda,
el colindante me estaba esperando en la calle y me preguntó si yo le aceptaría
una invitación similar la próxima vez que me requiriera para ir a su domicilio.
Acepté, como hay que hacer siempre en los
pueblos cuando te ofrecen algo, y no tardaron en llamarme pocos días después.
Al terminar aquella visita, me tenían

preparada una cerveza y un plato con
rodajas de embutidos. No había nevera en aquella humilde casa y es de suponer
cómo estaban las viandas, de las que solo probé dos o tres piezas. La misma
escena se repitió en sucesivos y frecuentes avisos, en los que yo iba viendo
cómo se diferenciaban unas rodajas de otras, tanto en brillo, rugosidad, sudor
y en la aparición de moho, que escapaban a la vista de los cataratosos ojos de
aquella buena pareja. De tal manera, llegada una tercera o cuarta ocasión no
tuve más remedio que inventarme el reciente diagnóstico de una úlcera gástrica
que me impedía tomar ni alcohol ni embutidos. Este humildísimo matrimonio de
ancianos quería agradecerme y agasajarme, pero no eran conscientes de que los
embutidos son perecederos y no veían el moho que les iba saliendo a los que yo
no me había comido en ocasiones anteriores. Los guardaban en el aparador y los volvían
a sacar en la siguiente ocasión que me llamaban para visitarlos en su casa,
añadiéndoles algunas rodajas nuevas.
Diapo 20
Hay
un cuadro de aquella exposición: “El año del hambre
en Madrid” de José Aparicio e Inglada, que muestra la cara solidaria de
la gente sencilla y la implicación de los médicos en momentos de zozobra
social.
Es
preciso recordar ahora cuál fue el origen de lo que hoy día es la Fundación de
Protección Social de la Organización Médica Colegial de España, que nació
gracias a la iniciativa solidaria y protectora de los médicos madrileños tras
la devastadora pandemia de gripe de 1918 que esquilmó a nuestra profesión y
dejó en la miseria a numerosas viudas y huérfanos a quienes había que ayudar. Aquel
proyecto se extendió por toda España y sigue vivo hasta nuestros días, con un
incremento y actualización de sus prestaciones año tras año. Precisamente
mañana y pasado celebraremos en Córdoba el vigésimo aniversario de la creación
del PAIME (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo), que es una de las prestaciones
estrella de nuestra Fundación.
Diapo 21
Otro cuadro, “Vacunación de los niños” de Vicente Borrás Abellá,
evoca los tiempos en los que Médicos y Practicantes Titulares nos desplazábamos
todos los años en dos o tres ocasiones a escuelas y colegios, una de ellas para
vacunar a los niños y
facilitar así el
cumplimiento
del calendario vacunal y en otra ocasión realizábamos el mismo recorrido por
los colegios del municipio para hacer los reconocimientos médicos escolares, en
los cuales detectábamos precozmente muchas anomalías. Así mismo acudíamos
siempre que nos llamaban para dar alguna charla. Algo que no tiene nada que ver
con los programas de Educación para la Salud que por mi cuenta implementé
durante varios cursos en la Colonia de Fuente Palmera.
Diapo 22
Quiero terminar
sintetizando, resumiendo y actualizando algunos de los sentimientos que a pesar
del tiempo transcurrido, siguen vivos en mí.
La
Medicina Rural, ejercida genuinamente hoy, es muy diferente a esta que yo he
descrito, recordado y añorado, paseando por aquella exposición de pintura que
mañana, casualmente, hará seis años que se clausuraba. La medicina rural del
presente se nutre de la ciencia y de los adelantos contemporáneos, pero
vocacionalmente mantiene los valores de antaño.
Aún así es percibida, por quien no la conoce bien, como una rama
menor
de la ciencia médica. Craso error, en nada parecido a la realidad. Hay que vivirla
en primera persona, sentirla, sufrirla y disfrutarla, para poder opinar sobre
ella. Es un trabajo muy sacrificado pero muy gratificante. Es una manera de
ser, sentir, experimentar y vivir. Conforme va pasando el tiempo ejerciéndola y
conociéndola de primera mano, te vas dando cuenta de que nuestra profesión te
captura, te engancha, pero no todo el mundo lo aprecia de esta manera.

En el
ejercicio de la Medicina Rural con talante de continuidad y permanencia en el
mismo destino, alternan el encanto y la satisfacción con la incertidumbre; las
vivencias con el agotamiento al final de la jornada; las prisas y la inquietud
en algunos momentos críticos de urgencia vital con la satisfacción de oír
palabras de agradecimiento y comprensión por parte de pacientes y familiares. El
descanso a última hora, después de un día agotador en el que progresivamente el
cansancio se ha ido apoderando de ti, es compensado con la alegría que observas
en tus hijos y tu esposa cuando entras en casa. Las reuniones con tus amigos,
que poco a poco van aumentando entre tus pacientes, quienes cuando los visitas
en su domicilio te agasajan y honran porfiando a ver quien lo hace mejor
contigo. Con todo esto vas viendo y sintiendo cómo se incrementa el cariño que
te tienen. Por eso mismo no te cuesta trabajo, ni seguir estudiando en los
pocos momentos libres que te puedas encontrar, ni levantarte a cualquier hora
de la madrugada e incluso salir a la calle: porque te levantas de la cama para
ir a atender a una persona que te necesita, que conoces, que aprecias, que es
tu amigo. Esa

indescriptible satisfacción que sientes cuando al cabo de muchos
años, te recuerdan que un día salvaste la vida a su hijo, que aseguraste su
matrimonio maltrecho a causa del alcoholismo de la esposa, que facilitaste el
acceso a un trabajo a su hija, que aconsejaste a su niño adolescente, dándole
confianza de igual a igual que le marcó positivamente el resto de su vida,
etc., etc. Pues esa satisfacción y orgullo de haberlo hecho, eso… eso… no tiene
precio.
Diapo 23
Muchas gracias.