domingo, 20 de noviembre de 2022

EVOCACIÓN PICTÓRICA DE LA MEDICINA RURAL

 

EVOCACIÓN PICTÓRICA DE LA MEDICINA RURAL

Diapo 1             

 (SALUDO a autoridades y compañeros presentes, demás asistentes, tanto en persona como en línea )

         Es para mí un honor que se haya aceptado mi ingreso como Miembro Numerario de esta centenaria Asociación en la que nos podemos encontrar los médicos que además de nuestra profesión, tenemos una vía de escape para poder expresar nuestras emociones y sentimientos, tan numerosos y profundos y ponerlos en común contrastándolos con otros miembros de nuestro gremio.

Diapo 2

         Tal vez –no lo sé- el tema que aporto como discurso de ingreso sea algo poco conocido. Tengo la obligación de hacerlo no solo por haber nacido en ADAMUZ, un hermoso pueblo de la serranía cordobesa, sino porque además y voluntariamente decidí ser Médico Rural toda mi vida, a pesar de haber tenido numerosas oportunidades para haberme ido a una capital de provincia. Soy Médico Rural y me siento orgulloso de serlo. Decidí quedarme en un pueblo porque pensé que allí podría ser más útil a mis

semejantes. Y así creo que ha sido. Es tan satisfactorio el ejercicio de nuestra profesión en el medio rural y tan poco conocido, que hago proselitismo cada vez que puedo, con el objetivo de convencer a nuestros compañeros Médicos de Familia más jóvenes para que se vengan a los pueblos; no solo porque con el déficit generalizado de médicos que sufrimos en España, los núcleos rurales se están quedando sin nuestra atención y también porque a pesar de algunos inconvenientes, que son salvables, su discurrir en el pueblo les dará calidad de vida y les despertarán sentimientos y experiencias desconocidas totalmente por los urbanitas.

Diapo 3

Con este objetivo, esta tarde quiero hacer una semblanza de mi ejercicio profesional trayendo a la memoria algunas escenas y situaciones que he vivido trabajando como médico de pueblo, relacionándolas con el arte. Para ello he

aprovechado la visita a la exposición “Arte y Medicina” que se organizó en 2016, por el Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba en el Palacio de la Diputación Provincial, con el patrocinio del Colegio Oficial de Médicos de nuestra provincia, del que era yo entonces su Presidente. He podido engarzar muchos momentos de mi vida en el pueblo con cuadros de pintores conocidos, que estaban en aquella muestra antes citada, unos con situaciones reales que he experimentado y otros aparentemente sin relación, pero que la visión del cuadro me ha sugerido alguna anécdota vivida.


Diapo 4  

He de decir que mi deseo de estudiante era el poder dedicarme a la investigación una vez terminada la licenciatura. Por ello, el cuadro de Joaquín Sorolla titulado “Retrato de Ramón y Cajal” removió en mi interior, al observarlo, esos deseos de investigación que se vieron frustrados por la inmediata necesitad de tener un sueldo al terminar la carrera. Lo más rápido para conseguir este objetivo era escoger una plaza de medicina general 


en un pueblo. Aunque se puede pensar que investigación y Medicina Rural no se acompañan, no es así. En el pueblo he tenido muchas oportunidades para aplicar la investigación no solo a la clínica sino a variadas actividades de promoción de la salud, epidemiología, sociología, educación sanitaria, salud pública, etc. y publicarlas posteriormente y por supuesto que las he aprovechado.

Diapo 5

Mi enamoramiento de la Medicina Rural ha ido creciendo día a día desde el  primer momento. Estábamos mi esposa y yo cenando en la casa del alcalde, que nos había invitado aquella primera noche de estancia mía como médico en Monturque –hermoso pueblo de la Subbética cordobesa-. Se presentó en esos momentos el 

farmacéutico viejo –que también era consuegro del primer edil- para solicitarme que acudiera a su casa a ver a su nieta recién nacida precozmente, a quien le habían dado el alta en el hospital aquella tarde y estaba aquejada de una dolencia digestiva. Cuando observaba el cuadro “El alquimista” de David Terriers “el joven”, he recordado a aquel anciano boticario enseñándome, al día siguiente, su antiguo laboratorio donde había preparado tantas fórmulas, pastillas, jarabes y pomadas, a la par que, muy contento, me hablaba de la mejoría que había observado la salud de su nieta, que hoy día es Directora del Conservatorio de Música de Antequera.

Diapo 6

Ese mismo segundo día visité en su domicilio al que, pocos días después, sería mi primer fallecido. Llegué a aquella antigua casona en la que a su entrada se agolpaban los vecinos y alrededor de la cama, los familiares, tristes, en silencio, con rostro serio y algunos ojos llorosos, llenos de amor, daban calor humano y cariño al moribundo. 


Eduardo Rosales Gallinas, pintó un cuadro titulado  “Doña Isabel La Católica dictando su testamento” en el que, salvando las distancias de clase, también se aprecia ese sentimiento apesadumbrado y pesimista de quienes rodean más íntimamente a la agonizante. 


 Así mismo el lienzo “Últimos momentos de Cervantes” de Manzano y Mejorado, me trajo a la memoria aquellas visitas a la cabecera de los pacientes, que han sido cotidianas en mi vida.

Diapo 7

Días después, como he dicho, falleció ese buen hombre y descansó en la paz del Señor, ya que llevaba años sufriendo de un mal de orina, como él lo llamaba. Se fue al otro mundo después de haber recibido los “Últimos sacramentos” como lo hace un albañil que ha caído de un tejado, en el cuadro dibujado por Rafael Romero de Torres. La extremaunción a mi paciente  le fue dispensada por un nuevo cura 


que por aquellas fechas había coincidido conmigo en su llegada al pueblo. Las visitas diarias a este enfermo nos unieron en amistad y confianza duraderas. En aquel primer entierro de un paciente, acompañé no solo al difunto y a sus familiares; también el joven sacerdote sintió y agradeció mi presencia y mi apoyo en aquel trance en sus primeros días como pastor de almas.

 

Diapo 8

En el medio rural, los lugares donde hay que atender pacientes no son siempre en nuestra consulta o en la casa del enfermo. En muchas ocasiones he tenido que acudir al campo o a la carretera y también a domicilios que se encontraban en condiciones infrahumanas. Recuerdo, como muy desagradable y nauseabunda esta aventura que me ocurrió un día gris, tormentoso y húmedo, en el que incluso tuvimos que ser rescatados por una grúa que sacó nuestro coche del barrizal que rodeaba las caballerizas o cuadras de una finca, en las que el dueño de la misma había habilitado unas estancias para cobijar allí a una pareja de familiares suyos,  indigentes, que no  tenían donde ir. Eran tan sucias y desaseadas estas personas que convivían con los animales de tal manera que me impresionó la escena que me encontré aquel día al entrar en la oscura habitación donde se hallaba la enferma. Semisentada apoyando su espalda en la pared, que hacía de cabecero de la cama, rodeada de gatos encima del lecho, con un olor que repelía, una suciedad absoluta, el suelo pegajoso y teniendo como sonido de fondo la conversación que ella mantenía con los gatos, avancé en penumbra hacia la paciente.

Fue al llegar a la cabecera cuando me di cuenta de que una gata, de los muchos que había encima de la cama, había parido y tenía sus crías mamando plácidamente colgadas de sus pezones. No pueden ustedes hacerse una remota idea de cómo se desarrolló aquel acto médico domiciliario.

Diapo 9

Esta felina experiencia me vino a la memoria contemplando la pintura de Eduardo Cano de la Peña, titulada “Miguel de Mañara asistiendo a un enfermo”. Yo atendía a una paciente en una cuadra “habilitada” como vivienda, rodeado de mininos y D. Miguel, en el cuadro, lo hace en solitario a la entrada de una cueva.  

Diapo 10

Así mismo, los médicos de pueblo, en ocasiones, tenemos que desplazarnos a campo abierto para atender a alguna persona a quien se han encontrado  caída en el suelo, bien herida, bien sin conocimiento o con la conciencia obnubilada por diversos motivos y 

también, lamentablemente en otros, a levantar el cadáver de alguien que ha fallecido en extrañas circunstancias. En los pueblos estos avisos urgentes se dan con cierta frecuencia. He rememorado las veces que he tenido que acudir a un olivar o a una viña o a cualquier otro lugar de trabajo para atender  un accidente laboral, observando el cuadro de de Francisco de Goya y Lucientes titulado  “El albañil herido”. En la zona rural la mayoría de las personas laboran la tierra y a veces en condiciones extremas y para ello, he querido traer otro cuadro de aquella exposición que lo muestra. Se trata de la obra de Joaquín Sorolla y Bastida “Aún dicen que el pescado es caro”, en el que se denuncia con realismo la dureza de muchos trabajos, en este caso el de pescador.

Diapo 11

Nuestro trabajo también tiene muchas horas felices y anécdotas que nos arrancan una sonrisa y en ocasiones carcajadas que tenemos que reprimir. Recuerdo una en la que acudió a la consulta una joven aquejada de amenorrea, náuseas y asco al ver u oler la comida, desde hacía más de una semana. Hasta entonces, desde su menarquía, sus reglas habían sido muy puntuales. Con mucha discreción y sin querer entrar en pormenores de su  actividad sexual o su estado de compromiso sentimental, le insinué que mientras no se demostrase lo contrario, los síntomas que me describía la delataban como que estaba embarazada. 


 A esta aseveración mía respondió la chica, poniéndome cara de “Mona Lisa” (de Leonardo da Vinci), que “servidora no ha hecho nada”. Como era de esperar, a los pocos meses una hermosa niña aumentaba el censo del pueblo y se sumaba una cartilla más a mi cupo de pacientes.

Diapo 12

         La circuncisión” del Maestro de Sista, me hace sonreír porque recuerdo algunos momentos alusivos a esta pequeña intervención quirúrgica tanto en niños como en adultos. Últimamente la he recordado con alguien muy próximo a mí. En una revisión rutinaria a  mi nieto más pequeño, en la consulta de niño sano, al decirle el pediatra que le mostrara su “pitillo” para ver si tenía fimosis, él muy serio y mirándose a esa zona, a la par que se la tapaba con sus dos manitas, movía 

 la cabeza de un lado a otro, negándose a hacer lo que el galeno le solicitaba, mostrando una sonrisa previa al llanto. Eso mismo me lo han hecho muchos pequeños a lo largo de mis años de ejercicio, en los que en numerosas ocasiones y temporadas, también he tenido que atender niños; algo muy habitual en el medio rural por la ausencia de pediatra.

Diapo 13

El cuadro de Luis Jiménez Aranda, titulado “Una sala de hospital durante la visita del médico en jefe” hizo que recordase momentos de mi ejercicio profesional y también de mis tiempos de alumno interno de la Cátedra de Patología Médica, los días en que, tal y como se ve en la pintura, acompañábamos al catedrático a pasar sala, en el Hospital de las Cinco Llagas de Sevilla, construido antes del Descubrimiento de América y que ha sobrevivido hasta nuestros días, si bien ahora tiene una utilidad política al ser sede del Parlamento Andaluz. Precisamente el actual Presidente del mismo es un médico de familia rural que me acompañó durante dos décadas en Fuente Palmera,  pueblo donde aún continúo ejerciendo y que también fue Presidente de este Ilustre Colegio de Médicos.

Pero este cuadro, también me hizo rememorar la antigua costumbre que existía en los pueblos de llamar a consultas a otros médicos de la comarca o de la capital cuando el diagnóstico no estaba claro o el pronóstico no gustaba a los familiares. Eran estos quienes, con el consentimiento del médico de cabecera, se encargaban de llamar a un reconocido especialista para que, en compañía del médico del pueblo, vieran al enfermo y de común acuerdo instauraran un tratamiento o comunicaran un cambio en el pronóstico de la enfermedad que aquejaba a su familiar.

Diapo 14

Aún hay  personas que se cuestionan la peligrosidad de nuestra profesión. ¿Tan peligrosa es? –se preguntan los más escépticos. Y tanto que lo es, ya no solo por las agresiones que te pueden inferir personas descontentas o disconformes con el sistema sanitario y la pagan a palos con el primero que se encuentran, sino que también hay otras situaciones en las que peligra incluso tu vida y que recordé apreciando el cuadro “El padre Jofré protegiendo a un loco” de José Sorolla y Bastida. 

Visitábamos en una aldea, a domicilio y en equipo, psiquiatra, enfermera y  yo, como médico de la familia, a una mujer esquizofrénica que estaba muy agitada y era preciso ingresarla, para lo que previamente había que tranquilizarla mediante la inyección de un sedante que llevaba preparada la enfermera. La paciente se negó violentamente, deshaciéndose de los familiares que intentaban convencerla para que se dejara pinchar. Tras repetidos intentos y ante su insistente negativa, como yo era su médico y tenía más confianza con ella, dije a los demás que me dejaran intentarlo a solas. Me dirigí a la cocina, adonde  se había refugiado tras las discusiones anteriores y la encontré de espaldas, delante del fregadero con algo entre las manos que yo no alcanzaba a ver. Me acerqué a ella hablándole suave y tranquilamente cuando de repente se volvió hacía mí a la par que colocaba en mi cuello un largo y puntiagudo cuchillo de cocina. Me quedé inmóvil, sin palabras, mientras sentía la presión de la punta del arma en mi yugular.

–Don Bernabé –me dijo- no quiero hacerle daño, pero déjeme usted tranquila si no quiere que le corte el “pescuezo”.

Entendí el mensaje, me retiré con cuidado sin darle la espalda y salimos de la casa.

Diapo 15

Al día siguiente, tuvo que ser reducida por la Guardia Civil con una orden judicial para ser trasladada a la Unidad de Agudos del  Hospital Provincial. Precisamente, con la Benemérita los médicos rurales tenemos una especial connivencia y son muchos los episodios vividos en colaboración mutua. Tantos, que incluso llegan a darte el título de “Guardia Civil Adoptivo”.

Diapo 16

Había otras situaciones en nuestro trabajo que no conllevaban peligro alguno que no fuese el contagio por alguna enfermedad que hubiera padecido en vida  el cuerpo inerte que reposaba en la fría losa de mármol donde teníamos que hacer las autopsias a aquellos vecinos que, voluntaria o involuntariamente, habían tenido en su vida un final traumático. Tres cuadros de aquella exposición me traían esos recuerdos: Uno era el retrato que la presidía, pintado por Julio Romero de Torres, titulado “Dr. D. León Torrellas Gallego” y que se puede ver permanentemente en Córdoba en el museo del pintor. En el mismo, se puede contemplar al insigne Profesor delante de un 

cadáver. El Dr. Torrellas fue el primer Presidente del Colegio de Médicos de Córdoba y yo, en el momento de la exposición coincidía que era el último Presidente. El otro  cuadro titulado “Anatomía del corazón (y tenía corazón)” de Enrique Simonet Lombardo, me retrotraía al momento en el que sacábamos el corazón de la caja torácica del fallecido durante la realización de las autopsias. La pintura rotulada como “Laparotomía” del pintor costumbrista Vicente Castell Domenech, salvando distancias y no sé por qué razón, me lleva a recordar también 
aquellas necropsias que como Médicos Titulares nos
correspondía hacer o ayudar a realizarlas al médico forense, con el inestimable apoyo del enterrador, que contrastaba con la presencia en el cuadro, de tantos ayudantes, incluso con la presencia de una religiosa.

Diapo 17

La visión del “Martirio de San Lorenzo” de Valentín de Boulogne, sin tener relación alguna con aquellas experiencias, sin embargo, me evocó la impresión que me he llevado al menos en dos ocasiones. La primera fue a los pocos meses de estar ejerciendo en mi primer pueblo y la última pocos días antes de jubilarme. En ambas se repetía la angustiada llamada de auxilio de vecinos para que urgentemente acudiera a casa de un señor que estaba muy grave y cuando 

llegué a sendos domicilios me los encontré a ambos, de similar guisa: extendidos en el suelo, en decúbito supino, fláccidos y sin consciencia ni signos de vida. Aquellos cuerpos extremadamente obesos, inmóviles, casi desnudos, no respondían a ningún estímulo y no conseguí recuperarlos ni con adrenalina ni masaje cardíaco. Demasiados factores de riesgo durante demasiado tiempo, desembocaron en aquellos cuadros.

Diapo 18

         Había compañeros en los pueblos, que además de todas las tareas que teníamos encomendadas los Médicos Titulares desde los remotos tiempos de Alfonso X “El Sabio”, se dedicaban a realizar la función de otros profesionales que no existían en el municipio. El caso al que me quiero referir es el de los compañeros que hacían de dentistas. 

El cuadro de Theodor Rombonts, titulado “El charlatán sacamuelas” me facilitaba el recuerdo de aquellos colegas que conocí en pueblos cercanos al mío, que aliviaban el dolor de los aldeanos que acudían a ellos a cualquier  hora del día o de la noche,  cuando las caries de aquellas maltrechas bocas, les provocaban un malestar insoportable. La extracción era siempre la solución al sufrimiento, seguido del agradecimiento del paciente.

Diapo 19

         Vinculando dientes con comida y comedor, había un cuadro en aquella exposición que me hizo recordar una anécdota graciosa llena de candidez y humildad. Se trata de la pintura “San Hugo en el refectorio de los Cartujos” de Francisco de Zurbarán. En algunas ocasiones, las visitas domiciliarias a los pacientes tenían una compensación nutricional “in situ”. Al mediodía, en verano y en Andalucía el que te ofrezcan una cerveza y una tapa, después de visitar a un enfermo, es algo muy de agradecer.  En una ocasión, después de terminar de atender a una enferma en su domicilio fui descubierto por un vecino de la misma, tomándome un refresco en el comedor de aquella casa. Al salir de la vivienda, el colindante me estaba esperando en la calle y me preguntó si yo le aceptaría una invitación similar la próxima vez que me requiriera para ir a su domicilio.  Acepté, como hay que hacer siempre en los pueblos cuando te ofrecen algo, y no tardaron en llamarme pocos días después. Al terminar aquella visita, me tenían

preparada una cerveza y un plato con rodajas de embutidos. No había nevera en aquella humilde casa y es de suponer cómo estaban las viandas, de las que solo probé dos o tres piezas. La misma escena se repitió en sucesivos y frecuentes avisos, en los que yo iba viendo cómo se diferenciaban unas rodajas de otras, tanto en brillo, rugosidad, sudor y en la aparición de moho, que escapaban a la vista de los cataratosos ojos de aquella buena pareja. De tal manera, llegada una tercera o cuarta ocasión no tuve más remedio que inventarme el reciente diagnóstico de una úlcera gástrica que me impedía tomar ni alcohol ni embutidos. Este humildísimo matrimonio de ancianos quería agradecerme y agasajarme, pero no eran conscientes de que los embutidos son perecederos y no veían el moho que les iba saliendo a los que yo no me había comido en ocasiones anteriores. Los guardaban en el aparador y los volvían a sacar en la siguiente ocasión que me llamaban para visitarlos en su casa, añadiéndoles algunas rodajas nuevas.

Diapo 20

Hay un cuadro de aquella exposición: “El año del hambre en Madrid” de José Aparicio e Inglada, que muestra la cara solidaria de la gente sencilla y la implicación de los médicos en momentos de zozobra social.  

Es preciso recordar ahora cuál fue el origen de lo que hoy día es la Fundación de Protección Social de la Organización Médica Colegial de España, que nació gracias a la iniciativa solidaria y protectora de los médicos madrileños tras la devastadora pandemia de gripe de 1918 que esquilmó a nuestra profesión y dejó en la miseria a numerosas viudas y huérfanos a quienes había que ayudar. Aquel proyecto se extendió por toda España y sigue vivo hasta nuestros días, con un incremento y actualización de sus prestaciones año tras año. Precisamente mañana y pasado celebraremos en Córdoba el vigésimo aniversario de la creación del PAIME (Programa de Atención Integral al Médico Enfermo), que es una de las prestaciones estrella de nuestra Fundación.

Diapo 21

Otro cuadro, “Vacunación de los niños” de Vicente Borrás Abellá, evoca los tiempos en los que Médicos y Practicantes Titulares nos desplazábamos todos los años en dos o tres ocasiones a escuelas y colegios, una de ellas para vacunar a los niños y

facilitar así el cumplimiento del calendario vacunal y en otra ocasión realizábamos el mismo recorrido por los colegios del municipio para hacer los reconocimientos médicos escolares, en los cuales detectábamos precozmente muchas anomalías. Así mismo acudíamos siempre que nos llamaban para dar alguna charla. Algo que no tiene nada que ver con los programas de Educación para la Salud que por mi cuenta implementé durante varios cursos en la Colonia de Fuente Palmera.

 

Diapo 22

         Quiero terminar sintetizando, resumiendo y actualizando algunos de los sentimientos que a pesar del tiempo transcurrido, siguen vivos en mí.

         La Medicina Rural, ejercida genuinamente hoy, es muy diferente a esta que yo he descrito, recordado y añorado, paseando por aquella exposición de pintura que mañana, casualmente, hará seis años que se clausuraba. La medicina rural del presente se nutre de la ciencia y de los adelantos contemporáneos, pero vocacionalmente mantiene los valores de antaño.  Aún así es percibida, por quien no la conoce bien, como una rama
menor de la ciencia médica. Craso error, en nada parecido a la realidad. Hay que vivirla en primera persona, sentirla, sufrirla y disfrutarla, para poder opinar sobre ella. Es un trabajo muy sacrificado pero muy gratificante. Es una manera de ser, sentir, experimentar y vivir. Conforme va pasando el tiempo ejerciéndola y conociéndola de primera mano, te vas dando cuenta de que nuestra profesión te captura, te engancha, pero no todo el mundo lo aprecia de esta manera.

         En el ejercicio de la Medicina Rural con talante de continuidad y permanencia en el mismo destino, alternan el encanto y la satisfacción con la incertidumbre; las vivencias con el agotamiento al final de la jornada; las prisas y la inquietud en algunos momentos críticos de urgencia vital con la satisfacción de oír palabras de agradecimiento y comprensión por parte de pacientes y familiares. El descanso a última hora, después de un día agotador en el que progresivamente el cansancio se ha ido apoderando de ti, es compensado con la alegría que observas en tus hijos y tu esposa cuando entras en casa. Las reuniones con tus amigos, que poco a poco van aumentando entre tus pacientes, quienes cuando los visitas en su domicilio te agasajan y honran porfiando a ver quien lo hace mejor contigo. Con todo esto vas viendo y sintiendo cómo se incrementa el cariño que te tienen. Por eso mismo no te cuesta trabajo, ni seguir estudiando en los pocos momentos libres que te puedas encontrar, ni levantarte a cualquier hora de la madrugada e incluso salir a la calle: porque te levantas de la cama para ir a atender a una persona que te necesita, que conoces, que aprecias, que es tu amigo. Esa
indescriptible satisfacción que sientes cuando al cabo de muchos años, te recuerdan que un día salvaste la vida a su hijo, que aseguraste su matrimonio maltrecho a causa del alcoholismo de la esposa, que facilitaste el acceso a un trabajo a su hija, que aconsejaste a su niño adolescente, dándole confianza de igual a igual que le marcó positivamente el resto de su vida, etc., etc. Pues esa satisfacción y orgullo de haberlo hecho, eso… eso… no tiene precio.

Diapo 23

Muchas gracias.

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