La necesidad de muchas personas, la ignorancia, el retraso cultural, la diferencia social y el deseo de ayudarlos, son algunos de los aliños que condimentan el mantenimiento de la juventud en algunos médicos rurales, a pesar de ir cumpliendo años en el mismo medio.
En una ocasión, siendo muy joven (en años) quien escribe estas líneas, se le presentó en la consulta un señor a quien conocía por ser vecino, pero que jamás había necesitado mis servicios desde que me encontraba en aquel pueblo cordobés. Se quejaba de un dolor en la rodilla derecha, que le había aparecido hacía unos meses, pero que ya le estaba molestando todos los días y quería dejar de tenerlo. Lo exploré, no encontrando nada que lo justificara que no fuera un proceso artrósico debido a las características personales del paciente.
Le prescribí unos supositorios y le comenté que seguro que mejoraría.
Había pasado casi un año, cuando volvió por la consulta a solicitarme una nueva receta para repetir los supositorios aquellos que le prescribí, ya que le habían sentado muy bien. Extrañado, le comenté que de aquello hacía mucho tiempo y que no recordaba de qué medicamento se trataba, que para ello me tendría que traer la última caja que tuviese en casa, pensando que las había ido comprando sin receta de la Seguridad Social. Mayor fue mi sorpresa cuando me comentó que no había gastado nada más que una caja en todo el año. Pero mi estupefacción llegó al clímax cuando añadió que se había puesto diariamente uno por la mañana y otro por la noche. No sirvió de nada que le explicara que si la caja tenía diez supositorios, y se ponía dos cada día, la caja solo le podía durar cinco días, y que por lo tanto si el había hecho el tratamiento ininterrumpidamente durante casi un año, hubiese necesitado SETENTA Y TRES CAJAS.
Mi capacidad de asombro se puso a prueba cuando tajantemente me dijo:
- Doctor, yo me ponía el supositorio y me hacía efecto, pero luego al ir al cuarto de baño a defecar, salía entero y me daba lástima desperdiciarlo. Así que lo lavaba y me servía para la siguiente vez.
A partir de ahí comprendí todo: No le hubiera hecho falta ninguna medicina para aliviar su dolor. Algunos compañeros recordarán que antes de la era del plástico, se utilizaba para envolver los supositorios el papel plata y se introducían en frasquitos de vidrio de dos en dos. Nuestro amigo se los ponía con envoltorio incluido, y evidentemente los expulsaba enteros.
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Publicado en LA VOZ DE CORDOBA el día 26 de Noviembre de 1983
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