domingo, 27 de septiembre de 2020

Un olvido fatal que al final no lo fué

 

Había preparado a fondo su conferencia. Esta era una ocasión especial, ya que se trataba de un Congreso Mundial y él quería lucirse no solo por prurito profesional, sino también porque quería dejar muy alto el pabellón científico de su País. Juan quería presentar el desarrollo de una investigación que llevaba a cabo con su equipo de científicos, que suponía un importante avance en el conocimiento de una enfermedad para la que, hasta la fecha, no se había encontrado remedio.

Faltaban tres horas para su intervención y se preparó a repasar su charla. Buscó el pendrive donde tenía grabada la presentación y no lo encontró a pesar de registrar todos los rincones de su mochila y de su vestimenta. De repente comenzó a angustiarse al darse cuenta de que lo había dejado olvidado en casa de un compañero de promoción a quien visitó de paso, camino de la ciudad sede del evento y con quien ensayó la presentación de su ponencia.

Esta vez no había tomado la precaución, como en otras ocasiones,  de enviar previamente el archivo a la Secretaría Técnica o de haberlo subido a Google Drive. Ese pequeño elemento, con capacidad para contener la información de una biblioteca, era imprescindible en su disertación, ya que contenía unos esquemas visuales dinámicos que facilitaban la comprensión de su descubrimiento.

Conforme disminuía el tiempo que le quedaba para su disertación, aumentaba su angustia: era imposible recuperar el pendrive con tiempo de poder utilizarlo.

Estudió otras posibilidades para remediar la catástrofe, pero todas pasaban por recuperar la pieza; algo que era imposible dada la distancia que los separaba y el tiempo que restaba para su intervención. Estaba tan sumido en su preocupación que no oyó sonar insistentemente su móvil. La suerte estaba echada. ¡Qué fatalidad!

Media hora antes del evento, Juan se dirigió a pie al Palacio de Congresos, a anunciar a los organizadores que le era imposible dar la conferencia y explicarles el motivo.

-      ¡Hola Juan! –oyó a sus espaldas. Se volvió a ver quien lo llamaba.

-      ¡Qué sorpresa Jacinto! ¡Qué alegría verte de nuevo!

-      Te he llamado por teléfono sin éxito. Quería darte una sorpresa y de paso entregarte esto que me ha dado Saturnino, a quien he visitado, como siempre hacemos, al pasar por su pueblo, -decía mientras le enseñaba en su mano el pendrive olvidado.

 


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