lunes, 5 de octubre de 2020

Borrador de una impresión

 Querida Carmen:

Después de leer tu artículo, perdón por mi falta de tiempo, aunque un poco tarde, llego a la conclusión de que te has curado casi del todo de tu timidez, si es que alguna vez la padeciste.
Desde que sentí por primera vez tu enigmática mirada, te he seguido. He querido conocerte personalmente, e incluso entablar amistad, porque en esa mirada intuyo que hay mucha vivencia escondida, que me gustaría conocer para enriquecer mi conocimiento de las personas. Pero soy un pobre y sencillo médico rural que, renunciando a hospitales seguros y laboratorios de investigación, decidió en su momento servir como "misionero" en el pueblo donde ha decidido terminar sus días (fin lejano, espero) entregado a engrandecer a las personas y a hacerlas felices.
Pero, dejando mi historia, que es apasionante (lo digo yo, pecando de inmodestia, porque mis abuelos fallecieron ya hace años), pasemos a hablar de tu timidez.
¿Timidez? Te he leído decir que cuando pequeña eras un poco pasada de kilos. Me da la impresión de que aunque estuvieras "acomplejada" (que no lo creo) por aquella figura, interiormente alimentabas tu espíritu con ese "ya verán" que te hizo producir en tu interior una serie de reacciones neuroendocrinas que llevaron a transformarte. Tu "timidez" de entonces no era timidez, ni siquiera complejo, sino falta de sincronización formal: tu forma física no coincidía con tu forma espiritual, sí con tu sentimiento vital.
Termino y no distraigo más tu atención. Si no he conseguido variar en algo tu opinión acerca de tu timidez, te ruego perdones mi atrevimiento por pensar y escribir como lo he hecho, y sobre todo por haberte hecho perder tu precioso tiempo.
Un beso.

No hay comentarios: