Llevaba algún tiempo pensando en atreverme a besarla y deseando que llegara ese momento. Y llegó aquella tarde, en el cine.
Comenzó la sesión con el NO-DO obligatorio y esperé al comienzo de la película –de la que no recuerdo el título- para hacer movimientos acomodaticios en la butaca y que ella se diera cuenta del acercamiento y así yo valoraba si mi estrategia progresaba adecuadamente. Iba a ser la primera vez y no podía fallar.
Aquellos asientos de entonces permitían aproximar tu muslo y presionarlo con el de quien tenías tu lado. ¡Funcionó! Después, disimuladamente, pasé mi brazo derecho por encima de sus hombros, sin tocarlos, y lo apoyé en la parte superior del respaldo de su butaca y comencé a darle toquecitos en su hombro tanteando su aceptación. ¡Vamos bien! Poco a poco mi mano, tocando su mejilla haciéndole girar su cabeza suavemente. Me miró, yo la miré y nos besamos.
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