domingo, 1 de noviembre de 2020

Diálogo entre dos amigos

 

Parecía imposible lo que estaba viendo: Un señor muy mayor, vestido con deslucida sotana negra pasaba delante de mí con lento caminar. Aún así guardaba un porte que me recordaba a Don José, el cura de mi pueblo siendo yo pequeño.

-¿Don José? –le llamé.

El sacerdote se volvió lentamente asintiendo que así se llamaba.

-¿Es usted Don José Salas Giménez, con “G”?

-Sí, así me llamo.

-Soy Benjamín García Salteras, antiguo monaguillo suyo cuando estuvo de párroco en Quilva. 

-Déjame recordar. Dame algún dato más, alguna anécdota.

-Con usted, tengo muchas, pero hay una que no habrá olvidado. Una Semana Santa me encargó que le buscara doce jóvenes que harían de apóstoles y les lavaría los pies durante los oficios del Jueves Santo.

-¡No sigas! Yaaaa yaaa recuerdo. ¡Qué poca vergüenza! ¡Qué indignidad!¡Qué falta de respeto! ¡Cómo olvidarlo, si os expulsé de la iglesia atosados de risa. Aún no sé por qué os reíais.

-¿No dedujo usted el porqué? ¿No se dio cuenta que fue inmediatamente después de quitarse el calcetín Antonio Ramal, cuando se inundó la iglesia de un putrefacto olor que nos provocó la risa después de intentar contenernos?

-¡Ya te he reconocido! Te diré que tengo otra anécdota aún más grave.

-Cuéntemela Don José.

-También sucedió en Semana Santa, tiempo en el que se formaban largas filas de hombres para confesarse. Aquel día me llamó la atención que la cola no entraba en la iglesia sino que le daban la espalda y aguardaban turno para entrar en los camerinos del teatro que cada año se instalaba en la explanada esperando la feria, que comenzaba diez días después. Te puedes imaginar los coscorrones y bastonazos que repartí aquella noche y la vergüenza que pasé.

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